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Patricia y Ofelia ya aparecían en otro proyecto mío también compartiendo un cuarto de pensión. Me interesaba cómo podía reaccionar una muchacha al tener que compartir el mismo espacio con una mujer muy mayor que no es su familiar. Yo tenía cierta experiencia al respecto y sabía que, si bien la vivencia podría parecer terrible en un principio, también podría ser muy rica. La gente mayor siempre tiene algo para aportar. El problema era que estos personajes estaban envueltos en una comedia policial del subdesarrollo, un poco absurda, que no terminaba de cuajar. Escribía y reescribía y sentía que lo más interesante era la relación entre las dos mujeres. Así que abandoné la trama policial y me puse a explorar adónde podrían llevarme estos personajes. Jacqueline, en ese entonces villana y compañera de trabajo de Patricia en una empresa importadora, no quiso quedarse atrás y se sumó al viaje.

Los conflictos que surgían eran muy pequeños pero querer cruzar a la rambla, administrar los propios ingresos o estar pendiente de una llamada telefónica podrían ser la punta de un iceberg emocional. Y así empezaron a emerger la pérdida, el desencuentro, el desamor, estados que Patricia, Jacqueline y Ofelia deberán atravesar. Pero esto no las hace perder el humor o la esperanza, ni ser menos vitales o luchadoras, valores que desde siempre asocié con luminosidad. La película debía transcurrir en primavera, estación luminosa si la hay. Y en Montevideo, con los primeros calores primaverales, es casi inevitable ir a la rambla. Allí el cielo se puede ver inmenso y la vista se pierde en el mar. Espacio tan amplio no puede menos que invitar a la confidencia. ¿Qué mejor lugar que éste para que tres mujeres compartan sus alegrías y desventuras? El título, aunque palabra inventada, no se hizo esperar: Rambleras.

Daniela Speranza